Publicado el 16 octubre 2013
Amado por Benito Mussolini, extremadamente católico, integrante de una red secreta que ayudó a judíos a escapar de la persecución nazi, protagonista involuntario en calmar una crisis interna en Italia y de uno de los duelos más famosos del deporte italiano. Así se resume la vida de Gino Bartali, también reconocido como uno de los grandes ciclistas de la historia.
En una Europa cada vez más convulsionada el nacido en Florencia con 22 años se convirtió en el inesperado ganador del Giro de Italia 1936. Esa fue la primera de sus 3 conquistas en la tradicional competencia creada por el diario la Gazzetta dello Sport. Al año siguiente y después de querer retirarse por la muerte de su hermano Guilio, golpe del que nunca se repuso, volvió a adueñarse de la camiseta rosa que viste el ganador.
Obligado por el gobierno de Mussolini, en 1938 Bartali renunció al Giro y se concentró en el Tour de France. Se quedó con la famosa carrera con una diferencia de casi 15 minutos con respecto al segundo en una victoria que se empezó a consumir en una complicada etapa 14. Con esta actuación, definitivamente se consagró como la gran figura del ciclismo. A la vez, su imagen quedó vinculada al fascismo, sin embargo no hay pruebas que lo vinculen a esa ideología. Más bien todo lo contrario.
Poco antes de la Segunda Guerra Mundial vio la aparición de su gran rival y con el que marcaría una época: Fausto Coppi. Con roles muy disimiles, compartían el poderoso combinado Legnano. La estructura giraba en torno a Bartali, mientras que Coppi cumplía un papel secundario (lo que en la jerga se conoce como gregario) y se encargaba de hacer el trabajo sucio. El quiebre se produjo en el Giro de 1940.
Bien temprano en la carrera Bartali se cayó. Esa contingencia derivó en un importante retraso en la clasificación general que lo dejó sin chances de pelear por la punta. Ante este contexto, el desconocido Coppi, de 20 años, pidió permiso para desprenderse de sus obligaciones y atacar. Le dieron vía libre y ganó. A Bartali le enojó que uno de sus súbditos se revelara y osara ponerse a su altura.
De esta manera nació una rivalidad entre dos personalidades opuestas en todo sentido: Bartali era un ferviente católico (por eso lo apodaban el Monje), partidario de la Democracia Cristiana, carismático, representaba la imagen de la Italia tradicional y montado en la bicicleta era puro sacrificio; Coppi, en cambio, era comunista, de perfil bajo, se lo vinculaba a la nueva Italia y arriba de la 2 ruedas tenía un estilo más elegante.
Gino Bartali en la tapa de la revista El Gráfico en 1952.
Días de guerra
Los que deberían haber sido los años de plenitud deportiva de Bartali coincidieron con la Segunda Guerra Mundial y, por lo tanto, perdió la oportunidad de agrandar el palmarés. De todos modos, durante esa época hizo algo más valorable que cualquiera de sus victorias.
Entre 1943 y 1944 integró una sociedad clandestina creada por la Unión de las Comunidades Israelíes que con el apoyo de varios arzobispos en remotas abadías o conventos fabricaba pasaportes falsos para que los judíos pudieran escaparse de Italia. La misión del ciclista era transportar a través de la región de Toscana la documentación apócrifa y en otras oportunidades sirvió de guía para mostrarles a los fugitivos caminos seguros por donde transitar. Se estima que salvó la vida de alrededor de 800 personas.
Si en el trayecto lo paraba la policía decía que estaba entrenando. Como nadie se animaba a contradecir a un ídolo que, además, contaba con el beneplácito del Duche, le pedían un autógrafo y lo dejaban continuar sin hacer más preguntas.
Lo hecho por Bartali, similar a lo del boxeador alemán Max Schmelig en la Alemania nazi, se mantuvo en secreto hasta 2003 cuando los hijos de Gregorio Nissim, líder de esta organización, hicieron público un diario de su padre, que murió en 1976, en el cual se detallan cómo funcionaban las operaciones.
Gino Bartali durante el Tour de France de 1938.
Un país dividido
El deporte en la Italia de post guerra tenía 2 protagonistas: Bartali y Coppi. En torno a la creciente disputa se sostenía un Giro con un rol relevante en la recuperación de una nación devastada porque por los pueblos en donde pasaba requerían nuevos caminos y construcciones.
Ya sin ser compañeros, en 1946 Bartali y Coppi llevaron a la ruta la rivalidad trunca por la Gran Guerra y que tenía vilo a los tiffosi. En Italia las discusiones ya no eran más Norte-Sur o comunistas-fascistas, sino coppistas o bartalistas.
En un Giro que se extendió por 22 días, el ganador fue Bartali, separado por sólo 47 segundos de Coppi, que festejó en 1947 luego de un mal inicio. Esa parecía ser una clara señal que se avecinaba un cambio de mando, pero el veterano Bartali todavía tenía mucho por mostrar.
Tour de France 1948. Bartali rápidamente quedó muy lejos de los primeros puestos en la clasificación y las chances de vestirse de amarillo se redujeron considerablemente. Paralelamente Italia era un polvorín a punto de explotar. El dirigente del Partido Comunista, en ese momento con mucho predicamento, Palmiro Togliatti sufrió un atentado por parte de un grupo paramilitar fascista. Esto derivó en una tensión social en aumento e incluso se percibía un clima pre bélico.
El Primer Ministro Alcide de Gesperi se contactó con Bartali para pedirle que ganara la carrera. El ciclista se comprometió a ganar la etapa del día siguiente, una de las más duras de la prueba. En una de las actuaciones más recordadas, Bartali cumplió con la palabra y, además, le descontó mucho tiempo al líder Louison Bobet, que terminó física y mentalmente destrozado. Esa remontada fue la plataforma que lo llevó a obtener, después de 10 años, La Grande Boucle por segunda vez.
Exagerado o no, a medida que llegaban las noticias desde Francia la situación en Italia se fue apaciguando. “Decir que evitó una guerra civil me parece algo excesivo, pero es cierto que su victoria contribuyó a calmar los ánimos”, recordó el Primer Ministro Giulio Andreotti en 2000 cuando falleció Bartali.
Mientras tanto la disputa con Coppi iba en aumento y llegó al punto de máxima ebullición en el Tour de 1952. En ese momento los ciclistas se nucleaban según la nacionalidad y por eso los grandes contrincantes estuvieron forzados a compartir equipo. En condición de campeón del Giro y como nueva estrella, Coppi exigió que Bartali sea degradado a gregario.
Herido en el orgullo, Bartali se negó y el clima interno se enrareció al punto que la organización intimó a los italianos a que solucionen las disputas porque de lo contrario serían excluidos. Finalmente, Bartali aceptó a regañadientes un rol indigno para un corredor de su estirpe. De todos modos, terminó en un respetable quinto lugar, aunque lejos de Coppi, que obtuvo un triunfo que lo consagró definitivamente.
Aquel Tour es recordado por dos razones: fue el último Bartali-Coppi y porque entregó la imagen más polémica y famosa de la rivalidad. Sucedió en la etapa 11 cuando se encontraban juntos realizando un exigente tramo de ascenso en medio de un calor abrazador. En un instante se intercambiaron una cantimplora con agua fresca. No queda claro si es Coppi que se la da a Bartali o viceversa. Lo cierto es que ese gesto que parece insignificante, por muchos fue tomado como una evidente muestra de debilidad para con el archirrival.
Gino Bartili detrás de Fausto Coppi en el instante más polémico de la rivalidad.
Bartali se retiró en 1953 luego de ganar el Giro de Toscana. Coppi siguió compitiendo algunas temporadas más, pero sin su álter ego no fue lo mismo. Pese a las rispideces que hubo entre ambos, fuera de las pistas había respeto muto. Por eso cuando Coppi, que falleció de una malaria que lo afectó durante un safari en Alto Volta (Burkina Faso), se incorporó al nuevo equipo San Pelegrino una de las exigencias fue que Bartali sea el director.
“Todo está equivocado. Habría que empezar de nuevo desde el principio”, opinaba Bartali sobre el ciclismo moderno con el fantasma del dóping dando vueltas. Falleció a los 86 años en Florencia, ciudad que vivió un verdadero duelo popular que se extendió por toda Italia. Con su muerte no sólo se fue un mito sino también el último eslabón de un ciclismo legendario y aventurero.